¿Quién es más infiel, él o ella? Un recorrido por la historia
Es importante entender que en este análisis se trata de destacar los esquemas predominantes más que las excepciones en temas tan complicados como la infidelidad y el divorcio. El hablar de posibles componentes genéticos y adaptativos de conductas sociales tan complicadas y polémicas y cuyos resultados a menudo son muy dolorosos es un tema delicado. En ningún momento el sentido de esta publicación es defender la infidelidad ni el abandono sino más bien es ayudar a entender esos perturbadores fenómenos de la vida humana que ocupan un importante volumen en las consultas de psicología y psiquiatría de todo el mundo.
La etóloga Helen Fisher, interesada en los aspectos genéticos de la conducta, ha realizado un largo estudio sobre las infidelidades en 42 culturas y ha estudiado el divorcio en 62 sociedades, hallando en todos ellos la importancia de la contribución genética en dicha conducta. Estos estudios no se han basado sólo en la especie humana, sino que ha comparado estudios con pájaros y mamíferos no humanos en cuanto a monogamia, “infidelidad” y abandono y las semejanzas son impresionantes. Ha estudiado la infidelidad en muy diferentes partes del mundo y aunque existen diferencias culturales, en todos los lugares se da el adulterio.
Comenzando por la costa del Adriático donde el adulterio es más bien la regla que la excepción. Los hombres de clase media o alta mantienen prolongadas relaciones con mujeres casadas de su misma clase o de una clase inferior. Las únicas relaciones tabú son aquellas entre mujeres mayores y sin compromisos, y los hombres jóvenes y solteros, en general porque los hombres jóvenes gustan de alardear. El chismorreo es insoportable. En estos pueblos, según define Helen, la familia sigue siendo el fundamento de la vida social, y las murmuraciones ponen en peligro el secreto de la red de relaciones extramaritales y, por consiguiente, la cohesión comunitaria y la vida de familia. De modo que, aunque la infidelidad sea un lugar común entre los adultos -un hecho conocido por la mayoría debido a la falta de intimidad-, se respeta un código de absoluto silencio. La vida de familia debe ser preservada.
A un océano de distancia, en la Amazonia, los vínculos extramaritales son igualmente furtivos, pero mucho más complejos. Los hombres y mujeres kuikuru, un grupo de aproximadamente ciento sesenta personas que viven en una misma aldea en las selvas brasileñas, en general se casan poco después de la pubertad. Pero en algunos casos a los pocos meses de la boda, ambos cónyuges comienzan a tener amantes a los que llaman ajois. Los ajois gestionan sus citas a través de los amigos. A la hora convenida, salen caminando lentamente del territorio comunitario con la excusa de buscar agua, tomar un baño, ir de pesca o cuidar el jardín. Los enamorados se encuentran y se escabullen en la selva donde conversan, intercambian pequeños regalos y hacen el amor. El antropólogo Robert Carneiro encontró que hasta los hombres y mujeres de más edad se escapan regularmente de la aldea para un encuentro al atardecer. La mayoría de los aldeanos mantienen relaciones simultáneas con un numero de amantes que oscila entre los cuatro y los doce.
Sin embargo, a diferencia de los hombres del litoral italiano, los kuikuru disfrutan conversando de estos asuntos. Sólo marido y mujeres evitan tratar entre ellos de sus aventuras sexuales extramaritales, más que nada porque una vez enfrentados con los hechos, uno de los cónyuges podría sentirse obligado a denunciar a su cónyuge públicamente, una alteración del orden que nadie desea. Sin embargo, si una mujer hace ostentación de una de sus aventuras, o pasa demasiado tiempo fuera de la aldea y descuida sus obligaciones domésticas, el marido puede llegar a irritarse. Entonces se discute el problema públicamente. Pero los kuikuru consideran normal la libertad sexual; el castigo por adulterio es raro.
Los turu de Tanzania se conceden libertad sexual durante la ceremonia de pubertad de sus hijos varones. Durante el primer día de las fiestas, los amantes extramaritales danzan imitando la cópula y entonan canciones de exaltación del pene, la vagina y la cópula. Si estas danzas no son “calientes”, o llenas de pasión sexual, como dicen los turu, la celebración fracasará. Esa noche los amantes consuman lo que insinuaron a lo largo de todo el día. Mas cercano a nosotros, los festejos de Carnaval también tienen un aire de liberalidad sexual.
El préstamo de esposa, conocido como hospitalidad femenina, es habitual para los pueblos inuit (esquimales). Si un marido está interesado en cimentar su amistad con un compañero de caza, puede ofrecerle los servicios de su esposa, pero sólo si ella está de acuerdo. Si todos se ponen de acuerdo, ella copulará con este socio a lo largo de varios días o semanas incluso. Las mujeres inuit consideran estos vínculos extramaritales como preciosos ofrecimientos de una duradera amistad, no como una indiscreción social.
La más curiosa costumbre que instituye el adulterio abierto señala Helen, es la que nos viene de nuestra herencia occidental. En diversas sociedades europeas, el señor feudal se reservaba el derecho de desflorar a la novia de su vasallo la noche de la boda, una costumbre conocida como jus primae noctis, de “derecho de la primera noche” o “derecho de pernada”.
Este recorrido por diferentes culturas pone de manifiesto el siguiente interrogante: ¿en qué consiste el adulterio? Las definiciones varían. Los lozi de África no asocian el adulterio con la relación sexual. Pero los norteamericanos tampoco asocian necesariamente el adulterio con hacer el amor.
Los kofyar de Nigeria definen el adulterio de manera muy diferente. Una mujer insatisfecha con su marido que sin embargo no desee el divorcio puede tomar legítimamente un amante que vivirá con ella en la casa de su marido. Los hombres kofyar gozan del mismo privilegio. Y nadie considera estas relaciones extramaritales como adulterio.
Un chino o un japones tradicional sólo podía ser acusado de adulterio si dormía con la esposa de otro hombre. Esto era tabú. En China los que violaban esta ley, morían en la hoguera. En la India, si un hombre seducía a la esposa de su gurú, se le podía obligar a sentarse sobre un disco de acero al rojo vivo y luego a cortar su propio pene. La única salida honorable para un japones era el suicidio.
Todo esto nos pone de manifiesto que la infidelidad está presente en todos los pueblos diversos del pasado y presente. El adulterio no entiende de clases sociales ni de religiones, ni de tradiciones en cuanto al matrimonio, a pesar de sus códigos de divorcio, de sus costumbres sexuales. En todos ellos el adulterio ha estado y está presente, aún si el adulterio estaba castigado con la muerte.
¿POR QUÉ DEL ADULTERIO?
Los seres humanos poseen una naturaleza común, según Helen, un juego de tendencias o potencialidades inconscientes compartidas que están codificadas en nuestro ADN y que evolucionaron porque les eran útiles a nuestros antepasados millones de años atrás. No estamos al tanto de estas predisposiciones, pero aún hoy motivan nuestra conducta. La etóloga defiende la no creencia de que seamos títeres de nuestros genes, que nuestro ADN determine nuestros actos. Al contrario, defiende que la cultura esculpe innumerables y diversas tradiciones con nuestro material genético. Luego los individuos responden a su ambiente y herencia en formas idiosincráticas que desde tiempos inmemoriales los filósofos atribuyen al “libre albedrio”.
Desde una perspectiva Darwiniana, es fácil explicar por qué los hombres están interesados por naturaleza en la variedad sexual. Se trata de la variedad genética. Si un hombre tiene hijos con dos mujeres diferentes, dobla su participación en la siguiente generación. El hombre en cualquier momento está dispuesto fisiológicamente para poder trasmitir sus genes. Sin embargo, la respuesta reproductiva de la mujer no es igual. Ella solo puede embarazarse en cierta etapa de su ciclo menstrual y probablemente hasta muchos meses más tarde no pueda volver a hacerlo. La mujer no puede engendrar cada vez que copula porque está biológicamente menos motivada para buscar “carne fresca”.
La antropóloga Sarah Hrdy formula una hipótesis novedosa acerca de los comienzos primitivos del adulterio humano femenino. Señala que los simios y monos hembra participan en frecuentes apareamientos no reproductivos. Durante el celo, la hembra chimpancé copula con todos los machos de las cercanías excepto sus hijos. Esta práctica no es necesaria para concebir una cría. La antropóloga concluye que esta práctica cumple dos propósitos darwinianos: aplacar a los machos que podrían querer matar al recién nacido y, a la vez, confundir la paternidad para que cada macho de la comunidad actúe paternalmente con respecto a la criatura por nacer.
Hrdy pasa a aplicar este razonamiento a las mujeres, atribuyendo la gran magnitud del impulso sexual femenino a una táctica evolutiva ancestral -copular con múltiples parejas- para obtener así de cada varón la inversión suplementaria de protección paternal que impida el infanticidio. Cuando nuestras abuelas primitivas vivían en los árboles procuraban llegar al coito con múltiples varones para hacer amistad. Luego, cuando unos cuatro millones de años atrás nuestros ancestros fueron empujados a las praderas de África y surgió el apareamiento de a dos para la crianza de los hijos, las hembras pasaron de la promiscuidad desembozada a las cópulas furtivas, y lograron así el beneficio de mayores recursos y, al mismo tiempo, una mayor variedad de genes.
Por lo tanto, el rompecabezas del adulterio parece tomar forma a partir de los análisis de los datos obtenidos por Helen Fisher: la necesidad biológica de los hombres de desparramar sus genes y el numero notablemente alto de varones homosexuales activos permiten suponer que los hombres están más interesados por naturaleza que las mujeres en la variedad sexual. Por otra parte, cada vez que un hombre heterosexual comete una infidelidad, lo hace con una mujer. Más aún la necesidad biológica femenina de adquirir recursos, obtener una póliza de seguro (en caso de que fallezca su pareja y así tener a otro hombre con ella que la proteja y proteja a su prole) y lograr un ADN más variado o mejor, la intensa y prolongada respuesta sexual femenina (es capaz de tener múltiples orgasmos mientras que el hombre solo uno y tiene que comenzar de nuevo) y la alta incidencia del adulterio femenino en las sociedades en las que no existe la parcialidad sexual, indican que las mujeres buscan la variedad sexual regularmente, tal vez tan regularmente como los hombres.
Tal vez no sepamos nunca quién es más infiel. Lo que sí sabemos es por qué hombres y mujeres dicen ser adúlteros.
A mi consulta llegan personas que han cometido una infidelidad o que han padecido el que le sean infieles. Algunos de ellos son infelices en su relación, otros no lo son. En otros tiempos teníamos aventuras porque en teoría, el matrimonio no tenía nada que ver con el amor y la pasión. Hoy tenemos aventuras porque el matrimonio no proporciona el amor y la pasión que esperábamos. No es que tengamos deseos diferentes, sino que creemos que tenemos el derecho -incluso la obligación- de hacerlos realidad.
La infidelidad no siempre coincide con problemas maritales. En muchos casos si es cierto que una aventura compensa carencias o sirve para preparar la ruptura. Pero también es cierto que me encuentro a menudo en consulta con personas que aseguran querer a su pareja. Tras escuchar muchos testimonios de personas que han sido infieles, cada vez estoy más convencida que esas personas que aseguran querer a su pareja y no querer romper, buscan en esta conducta una manera de encontrarse a ellos mismos más que de apartarse de su pareja. Están buscando otra versión de ellos mismos. Cuando se inicia una aventura, la persona se aísla totalmente de las responsabilidades de su vida cotidiana. Ese universo nuevo que se crea, se tiende a idealizar. Es una realidad alternativa en la que pueden reinventarse. En estas historias la ilusión se retroalimenta sola por el carácter clandestino de la misma. La incertidumbre de saber cuándo vamos a poder vernos, el que sea algo prohibido en nuestra sociedad, como no podemos tener a nuestro amante, lo deseamos sin cesar. Estos factores consiguen encender la llama del deseo. Hay que añadir que muchas personas eligen como amantes a personas que nunca elegirían como pareja estable. Cuando nos enamoramos de una persona de una clase, cultura o generación diferente, jugamos con unas posibilidades que no se nos ocurrirían en la realidad.
Estas aventuras no suelen soportar el paso a hacerse públicos y pasar a ser una relación socialmente permitida. En los momentos de pasión, los amantes hablan con añoranza de todas las cosas que podrían hacer cuando estuvieran juntos. Sin embargo, cuando se levanta la prohibición, cuando se materializa el divorcio, algunos inician una relación feliz y que perdura, pero son muchos más los que no lo logran. La aventura vive a la sombra del matrimonio, y el matrimonio ocupa el centro de la aventura. Cuando deja de ser prohibida esa relación ¿sigue siendo igual de atractiva para los amantes? No pocos pacientes que han dado el paso de separarse me comentan; “no volví a tener tan buen sexo como cuando éramos amantes desde que nos divorciamos y comenzamos una relación legítima”. Por otro lado, también hay que tener en cuenta que estas relaciones se inician sobre los cimientos de la desconfianza; “si ha sido capaz de engañar a su pareja conmigo, por qué no iba a volver a hacerlo ahora”. Esta desconfianza hace que ya comiencen cojas estas relaciones y cargadas de conflictos que agotan a los amantes.
La búsqueda del yo desconocido es un relato importante en el relato del adulterio; algunos buscan retomar la persona que fueron en algún momento, otros buscan en estas relaciones el amor que dejaron marchar, la persona que podrían haber sido. Cuando somos niños podemos jugar a que somos otros, de adultos nos encontramos encerrados en los papeles que hemos escogido. Las aventuras extramaritales nos ofrecen un atisbo de esas otras vidas. El adulterio es la venganza de las posibilidades desechadas.
Si los amantes aportaran a sus matrimonios el atrevimiento y la imaginación que aportan a sus amantes, su vida conyugal mejoraría increíblemente.
Cuando llega a consulta alguna pareja en la que se ha descubierto una infidelidad y a pesar de ella quieren continuar juntos, siempre trato de explicarles el origen del adulterio en nuestros antepasados para encontrar un sentido evolutivo. Pera la pregunta que inicia el siguiente paso es si están dispuestos a crear un nuevo matrimonio distinto al anterior a la infidelidad. Si sus respuestas es que si, la pareja podrá superar e incluso aprovechar dicho bache para mejorar la relación.
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