Cambio de paradigma: de vivir más a vivir mejor
Tibor Scitovsky ya en 1976 decía “quizás hemos estado confundiendo bienestar con consumo”.
El consumismo no está diseñado para hacernos cada vez más felices sino para estimular nuestros circuitos del placer más básicos, los mismos que se estimulan cuando consumimos alguna droga y todos entendemos que cuando eso ocurre no es que vayamos por el camino de “estar mejor”.
Hemos avanzado mucho en las últimas décadas pero los problemas de ahora son muy distintos a los de antes. Conforme vamos aumentando nuestra riqueza, las fuentes de nuestra infelicidad son cada vez menos palpables y carecemos de medidas fiables para detectarlas. Las enfermedades mentales, el estrés en los trabajadores, la soledad, el bullying, etc.. son problemas de los que no se hablaban antes porque existían otros más acuciantes que resolver, como él hambre o la enfermedad física.
Entonces no es que no nos importara nuestra felicidad, es que estaba muy claro dónde encontrarla. Cuando alguien no tiene qué comer, no necesita una filosofía de vida que aclare sus prioridades, necesita comer. Cuando está en guerra , no necesita un libro de autoayuda, ni practicar mindfulness, necesita que la guerra acabe.
Conforme sigamos prolongando nuestra existencia, la eficacia de los sistemas sanitarios se basará menos en los años extra que nos proporcionen y más en LO FELICES que seamos durante ese tiempo. Esto requiere que pasemos de medidas objetivas, como los fallecimientos, a criterios de evaluación más subjetivos, como la calidad de vida. En resumen, necesitamos evaluar la AUTOESTIMA, la VITALIDAD, la ANSIEDAD, la DEPRESIÓN o la TRISTEZA.
Instituciones como el National Institute of Health and Care Excellence (NICE) del Reino Unido o el Danish Medicines Council en Dinamarca toman ya en cuenta este tipo de valores subjetivos para fundamentar sus decisiones respecto a qué tratamientos mejoran más la calidad de vida de los pacientes. Simplemente se trata de preguntar a los pacientes cómo se sienten para saber qué podemos mejorar en sus vidas más allá de lo que es visiblemente mejorable.
Durante estos años de pandemia se ha sabido mucho sobre el número de fallecimientos y los costes económicos y, nada sobre qué medidas para frenar la expansión del coronavirus han afectado más a la salud mental.
Recientemente se ha demostrado que entre todas las enfermedades físicas y psicológicas estas últimas son las que más reducen la satisfacción vital de un paciente, en concreto estoy hablando de la DEPRESIÓN seguida de la ANSIEDAD. Estas dos enfermedades no sólo disminuyen nuestra satisfacción como ninguna otra enfermedad, sino que afectan a mucha gente y durante mucho tiempo.
La preocupación por mejorar nuestra calidad de vida es una realidad que todos estamos comenzando a tomar como prioridad; nos aleja del consumismo como búsqueda del placer inmediato de tiempos pasados y nos centra en ese trabajo personal hacia la mejora de la salud mental.
Paradójicamente los presupuestos dedicados a este ámbito son irrisorios.
Lo importante ya no es vivir más tiempo si no que nos centremos en hacer todo aquello que esté en nuestras manos para mejorar nuestro nivel de bienestar psicológico.
Estefanía López.
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